En el circo se celebraban carreras de caballos y de carros. En uno de sus extremos estaban las carceres, por donde aparecían los competidores que se dirigían a la línea de salida en espera de la señal para rodear una elevación central (spina) que dividía el campo de carreras en dos partes.

El Circo de Mérida es uno de los más espectaculares edificios romanos de Hispania, tanto por su excelente estado de conservación, como por su temprana datación. Su tamaño fue el que motivó su alejamiento de la ciudad, en más de 500 metros.

Se ha podido determinar el comienzo de su construcción hacia la segunda o tercera década del siglo I, terminándose su obra hacia las décadas quinta o sexta del mismo siglo.

La porta pompae, desde donde arrancaba el solemne cortejo que precedía a la carrera, era una de las más monumentales. Cerca de ella se disponían las doce carceres o cocheras, edificadas sobre pilares y rodeadas por un muro corrido decorado exteriormente con otras columnas o pilastras. La superficie destinada a la carrera, de unos 30.000 metros cuadrados, medía más de 400 metros de largo por unos 95 metros de ancho. La longitud de la spina central superaba los 230 metros de largo. De ella sólo quedan los cimientos de hormigón. Debió estar ricamente decorada con esculturas y obeliscos, de los que sólo quedan huellas. En ambos extremos de la spina, se situaban las metae, tres pequeñas columnas cilíndricas o cónicas, colocadas sobre un pedestal de base semicircular. Tenían como misión dificultar los virajes de los jinetes o carros. Se denominaba meta prima a la que estaba más próxima a la extremidad circular del circo y era la primera en torno a la cual debían de girar los competidores. La meta secunda era la situada en la otra extremidad, es decir, la más cercana a las carceres.

Una inscripción nos señala una remodelación entre los años 337 y 340, que no se ha podido constatar por el hallazgo de otros restos arqueológicos. Su uso escasamente superó la cuarta centuria.