Catedral de San Salvador
El edificio de la catedral debió alzarse sobre la fábrica preexistente de San Salvador tras la restauración de la diócesis salmantina bajo la mitra de Jerónimo de Périgord (1102-1120). La desaparecida cabecera románica del edificio fue alzada durante el largo episcopado de Esteban (1149-1174), siendo consagrado en 1174.
De homogénea construcción, ostenta tres naves de cuatro tramos y crucero, hermoso cimborrio gallonado ornado con torrecillas cilíndricas y frontispicios triangulares elevado a fines del siglo XII y recia torre occidental del siglo XIII.
El claustro clasicista, que sustituyó al tardorrománico original destruido por un incendio, fue trazado por Juan de Ribero Rada (1592) y construido por Juan y García de la Vega, y Juan y Hernando de Nates (1603).
La Puerta del Obispo, Óptima o de Olivares, era atravesada por la calzada romana procedente de Mérida, que cruzaba el río por el puente viejo y ascendía hasta el recinto fortificado más antiguo de “la bien cercada”, rumbo a la catedral y el carral mayor (posteriormente rúa del Mercadillo y de los Francos) camino de la Puerta Nueva. Sobre el arco exterior se conserva una inscripción de 1230 que alude a la conquista de Cáceres, Montánchez, Badajoz y Mérida por parte de Alfonso IX y sus huestes zamoranas.
La inmediata Puerta del Obispo, abierta en el brazo meridional del crucero catedralicio, es una de las piezas señeras del románico occidental hispano, presenta arquivoltas de lóbulos cerrados al estilo del Poitou, similares a los presentes en San Pedro y San Ildefonso, Santiago de Burgo, San Martín de Salamanca y São Pedro de Ferreira, con columnas sobre plintos estriados, florones cóncavos con una especie de alcachofas centrales y cinco arquillos ciegos de medio punto superiores. Los tímpanos dispuestos en el interior de los ventanales ciegos laterales acogen relieves con Pedro apóstol y Juan evangelista, una Virgen entronizada entre ángeles turiferarios, amén del busto de un hombre barbado y un dragón descabezados, apuntando hacia el estilo derivado de la portada occidental de la basílica de San Vicente de Ávila.
Sus columnas acanaladas que llegan hasta el tejaroz y los florones cóncavos inscritos en una placa cuadrada no se entenderían sin el recuerdo del coro realizado por el taller de Maestro Mateo en la catedral de Santiago de Compostela, aunque se hayan esgrimido antecedentes en la portada de San Esteban de la mezquita de Córdoba. A morunos aromas de alcanfor, cardamomo y sándalo huelen sus capiteles de pencas lisas, aunque los canecillos que coronan sus cornisas exhalen cisterciense rigor, entre vaharadas de lentisco, espliego y romero.